seguridad, certeza y gozo

¿En qué clase viaja? Usted está en un viaje del tiempo a la eternidad, y es posible que ya esté cerca de la Gran Estación Terminal. Permítame, entonces, que le dirija esta pregunta: “¿En qué clase viaja?” No hay más que tres clases, y son: La primera clase, son los que son salvos y lo saben. La segunda clase, son los que no están seguros de la salvación, pero que desean estar. La tercera clase, son los que no son salvos, sino que además se mantienen indiferentes a ello. Hace poco viajaba por tren y ví a un hombre que venía a toda prisa, y haciendo un gran esfuerzo, apenas si tuvo tiempo de saltar al vagón cuando el tren ya estaba arrancando. “Se le ve muy cansado”, le dijo uno de los pasajeros. “Sí”, contestó, respirando pesada y entrecortadamente después de cada dos o tres palabras, “pero he ganado cuatro horas, y esto bien valía la pena”. ¡Había ganado cuatro horas! Creía que cuatro horas valían la pena el esfuerzo efectuado. ¿Y qué diremos de la eternidad? Hay en la actualidad miles de personas sagaces y previsoras en todo lo que se refiere a sus intereses en este mundo, pero que parecen totalmente ciegas en lo que respecta a sus intereses eternos. A pesar del amor infinito de Dios, a pesar de la reconocida brevedad de la vida del hombre, a pesar de los terrores del juicio después de la muerte y de la real posibilidad de despertar al final en el infierno, y de aquella gran “sima” que separa a los salvos de los perdidos, las personas siguen su loca carrera hacia un trágico final, como si no hubiera Dios, ni muerte, ni juicio, ni cielo, ni infierno. Lo crea o no, su situación es tremendamente cólica. No deje pasar para otro día el pensamiento de la eternidad. La dilación no es solamente una ladrona, sino una asesina. Hay mucha verdad en el viejo refrán que dice: “El camino de más tarde lleva a la ciudad de nunca”. Le ruego, pues, que no camine ya más por este camino. “Hoy es el día de la salvación”. Acaso alguno dirá: “Pero yo no me siento indiferente al bien de mi alma. Mi problema es la incertidumbre. Me encuentro entre los pasajeros de la segunda clase”. El caso es que tanto la indiferencia como la incertidumbre provienen de una misma cosa: la incredulidad. Lo primero proviene de la incredulidad en el pecado y la ruina del hombre; lo segundo, de la incredulidad en cuanto al remedio soberano que Dios ha dispuesto para el hombre. Es especialmente para las almas que desean estar seguras de su salvación que se han escrito estas páginas. Puedo comprender en gran medida la profunda ansiedad de su alma; y estoy seguro de que cuanto más interesado esté acerca de este tema de tan trascendental importancia, tanto mayor será su ansiedad hasta que esté seguro de que es verdaderamente salvo. “Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Marcos 8:36). upongamos que el único hijo de un amante padre está navegando. Llegan noticias de que su barco ha naufragado en una costa lejana. ¿Quién podrá describir la angustia del corazón de aquel padre hasta que, por medio de una autoridad digna de confianza, le llega la información de que su hijo está sano y salvo? O supongamos que usted está lejos de su casa. La noche es oscura y fría e ignora por dónde camina. Llega a un sitio en el que el camino que sigue se divide en dos ramales, y le pregunta a un transeúnte cuál de aquellos dos lleva a la ciudad a la que desea llegar. Él le dice: “Mire, me parece que es éste, y espero que tomándolo llegue a la población a donde quiere llegar”. ¿Le satisfará esta respuesta? Seguro que no. Tiene que estar seguro acerca de ello, o cada paso que tome hará que aumente su ansiedad. ¡No es para sorprenderse, entonces, que en ocasiones las personas lleguen a no poder ni comer ni dormir cuando la seguridad eterna de sus almas está sin resolver! Perder los bienes es triste, Perder la salud, aún más, ¡Perder el alma es pérdida tal, que no se recobra jamás! Le quiero exponer con claridad: • El camino de la salvación “Daba voces, diciendo: Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación”, (Hechos 16:17) • El conocimiento de la salvación “Irás delante de la presencia del Señor ... para dar conocimiento de salvación a su pueblo”. (Lucas 1:77) • El gozo de la salvación “Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente”. (Salmo 51:12). Aunque estrechamente relacionados entre sí, cada uno de los puntos anteriores se mantiene sobre una base distinta, de forma que es posible que una persona conozca el camino de la salvación sin tener el conocimiento cierto de que ella misma es salva, o saber que es salva sin poseer siempre el gozo que debiera acompañar a este conocimiento. 

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